viernes, 20 de noviembre de 2009

Risoterapia


Me encanta reír. Y cuando digo reír, no hablo de una media sonrisa forzada, de un lánguido y falso amago de mostrar los dientes, sin sentimiento ni intensidad. No. A mí lo que me gusta es llorar de risa, reír hasta ahogarme, reír hasta temer que me explote el cuerpo. Una risa primitiva, instintiva, visceral. De esa clase de risa incontrolable que no entiende de momentos apropiados ni de nada. Llega. Llega sin más, y se autoalimenta de la represión. Es decir, cuanto más intentes sofocarla pensando que está mal, más te vas a reír. De la clase de risa que te hace quedar fatal. Vamos, lo que viene siendo partirse la caja. Si me pudierais ver, ahora estoy haciendo el gesto del que se parte, dándome golpes en el pecho con mi mano derecha.
A mí me pasa mucho. Me ha pasado desde siempre. Recuerdo que ya en el colegio con mi amiga Maria lo pasaba fatal con la monja de matemáticas. La pobre mujer sufría de un estrabismo muy severo, y cuando decía “tú, a la pizarra”, siempre había dos que se levantaban. A ver, es que tiene gracia. Aunque imagino que para la monja tener un ojo mirando pa’ Cuenca no era gracioso. Y que dos niñatas se rieran de ella, era una crueldad. Porque es cierto que en los ataques de risa de los que hablo hay siempre un punto de crueldad. ¿O no es acaso cruel reírse de aquel cantante entregado en la puesta en escena de su último single, aquel que se deja la piel por su público, y al que, al dar unos pequeños pasos de fantasía, como podría pasarle a cualquiera, da un pequeño traspiés y cae del escenario? ¿No es acaso cruel?



No nos engañemos, medio mundo se ríe del otro medio, es inevitable.
Yo a veces me río sola, bueno, muchas veces, la verdad. Pero reconozco que reírse en solitario no tiene tanta gracia. (Paradoja). Es mucho más gratificante hacerlo en compañía. Las risas de uno alimentan a las del otro, y viceversa.
Así que siendo ésta una actividad barata, gratificante, para la que tengo cierta predisposición y que me gusta, pues he pensado, por qué no, una vez más, que podría profesionalizarlo. He estado mirando cursos de formadores en risoterapia, y pinta bien. Además, a partir de enero voy a tener las tardes libres, y aparte de escribir, también podría impartir alguna tarde clases en el centro de mi hermana.
Para empezar a ver de qué va la cosa, he mirado algunas páginas de internet. En una de ellas proponían la siguiente actividad: “Túmbate en un sofá boca arriba, y empieza a decir en voz alta: jajajajajajaja, jejejejejeje, jijijijijijiji, jojojojojoj, jujujujuju y así sin parar hasta que te rías de verdad”. Bueno, pues lo he hecho y me ha funcionado. No sé si será porque me he parecido ridícula a mí misma o porque aun tengo frescos en la memoria los pasos de fantasía de Juan Gabriel… pero el caso es que me he reído, y me ha gustado el experimento.
Voy a seguir investigando al respecto, y ya os contaré si al final me decido. Igual os interesa partiros la caja conmigo en alguna de mis futuras clases.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Laugh now


jueves, 12 de noviembre de 2009

Palabras odiosas I

No sé si esto me pasa sólo a mí, pero hay palabras y expresiones que me dan mucha rabia. No quiere decir que no las utilice, que muchas veces las utilizo precisamente por eso.

Vamos a ver, una que no soporto es “deleite”, me da una rabia tremenda como suena. Es cursi, se hace una pasta en boca cuando se dice. Y si no haced la prueba, decidla varias veces en voz alta: “deleite”, “deleite”, “deleite”.
Otra expresión que me da rabia es “en efecto”. Y ésta la utilizo con frecuencia en mis relatos, porque es amor-odio lo que siento por ella. Alguien que dice “en efecto” te da la razón pero quedando por encima, no sé si me explico. Además, en mi mente, alguien que dice “en efecto” lleva necesariamente unas gafas de pasta estilo años 80 que se le resbalan y sube constantemente con el dedo corazón, haciendo una mueca con la boca para ayudarse. También existe la variante “efectivamente”, y la verdad, no sé cuál es peor.
Otra palabra: “Caballa”. No me digáis que no es horrible la palabra “caballa”. Y “Margarina”, que da rabia porque se queda a medias entre margarita y mandarina, sin ser ni una cosa ni la otra.
Una más: “confitura”, es odiosa por lo fina que es, y eso que las palabras que terminan en “ura” me suelen gustar bastante.
Y para finalizar una nueva que he añadido recientemente al repertorio gracias a un amigo bloguero al que le gusta utilizarla en sus relatos: Ajonjolí. No sabía ni lo que era, pero ha entrado con fuerza en el ranking. Da rabia, y mucha.

Y por hoy no se me ocurre ninguna más, aunque os aseguro que hay un montón. En cuanto vayan surgiendo me las iré apuntando, y crearé un segundo post. Si hay algún rarito/a al que le pase lo mismo que a mí, me encantará que aporte sus palabras para crear entre todos un glosario.

martes, 10 de noviembre de 2009

Mis mil vocaciones


Ayer me acordé de la época en que quise ser pastelera. Hará cosa de unos cinco años me apunté a un taller de repostería y ahí encontré mi vocación. Panellets, brazos de gitano, flanes, magdalenas esponjosas grandes y pequeñas, torteles de fruta…nada se me resistía. Mi casa olía siempre a vainilla, hablé con pasteleros profesionales que me aconsejaron y me compré todo tipo de herramientas para llevar a cabo mi recién descubierta vocación. Tanto empeño le puse y tanta fue la energía que gasté, que pronto mis pasteles no tuvieron nada que envidiarle a los profesionales.
Un día, sin más, dejé de hacerlos. No podría decir cuándo ni porqué, pero perdí el interés. Primero empecé a espaciar la producción limitándola a un pastel dominical que llevaba a casa de mis padres, después lo dejé tan solo para las ocasiones especiales, y más tarde ni eso. Mi padre aun recuerda con añoranza aquella etapa de mi vida.
En realidad no es que mi energía se agotara, es que se transformó. La danza oriental fue la responsable. Inicié un curso de danza del vientre, y ya en la primera clase supe que yo había nacido para bailar. Se me daba estupendamente, mi flexibilidad me ayudaba a mover las caderas y descubrí que existían movimientos que de entrada parecían imposibles: los camellos, los infinitos, pronto ningún paso de la danza oriental me fue ajeno. Ensayaba todas las tardes, llenaba el comedor de velas e incienso, y al sensual ritmo de habibis de los CD’s que me bajé de Internet, desarrollé mi gran pasión. Estuve en Turquía y me compré pañuelos con monedas de todos los colores, miré escuelas en Barcelona donde formarme con las mejores profesoras recién aterrizadas de Egipto.
Un día como otro, se me quitaron las ganas. Sí, me sigue gustando bailar, es verdad que lo sigo haciendo, pero ya no ensayo nunca en casa, ni la danza oriental es mi vida.
En otra época me dio por la guitarra, pero aquí tengo que reconocer que si desistí no fue porque un día como otro me cansara. No. Aquí reconozco que si no seguí es porque realmente se me daba mal. Con mucho esfuerzo aprendí a tocar la bamba, y se acabó, ese fue todo el éxito que alcancé en mi etapa guitarrera, y eso que también le puse ganas e interés.
Me entra la risa cuando pienso en todas las cosas que he pensado que podría hacer, como cuando me dio por esculpir figuras con barro. Esculpí con mis manitas todos los animales que puede haber en una granja: un cerdo, un caballo, una oveja, una cabra, un perro… y después se los regalé a mi familia, que un poco desconcertados con mi iniciativa, aceptaron mis obras de arte con una sonrisilla que no supe cómo interpretar. Yo me quedé con un cerdo que parecía un perro salchicha al que llamé Floncho, y en una mudanza lo perdí o me lo perdieron, no sé. Pobre Floncho.
En fin, que no es de extrañar que al principio muchos pensaran que esto de la escritura era un nuevo pasatiempo temporal. Algo en lo que empezaría con mucha fuerza para después deshincharme. Insistí en que no, en que yo siempre había escrito aunque sólo fuera para mí. Insistí en que era lo único que se había mantenido constante a lo largo de los años, pero nadie me creyó. Ahora me toca demostrarlo y en eso estoy. Porque esta vez sí estoy segura. Ésta sí es mi verdadera y única y realizante y maravillosa vocación.