lunes, 3 de octubre de 2011

Bolsas


Es cierto. Nadie debería perder ni un minuto de su vida en intentar abrir una bolsa que se resiste a ser abierta. Hablo de una de esas bolsas de supermercado que vienen casi siempre pegadas y que hay que friccionar con los dedos para que se abran. Puede que la dichosa bolsa venga defectuosa de fábrica, o puede que, tal vez, aún pudiendo, no le de la gana de abrirse. Así de sencillo. Perder más de un minuto en intentarlo es gastar una energía y un tiempo que el asunto en cuestión no merece.

Se trata de saber escoger qué batallas librar, dijo mi amigo Morel. Y de repente, con esa frase aparentemente sencilla, se me encendió la luz.

Tal vez no soy capaz de escoger bien qué batallas librar. Tal vez no soy capaz de aceptar una realidad distinta a la que mi mente ha registrado. Las bolsas se abren, tienen que abrirse, y dentro se les introduce los alimentos y la pasta de dientes, es así como funciona. Una bolsa cerrada se transforma entonces en un reto, en algo personal, en algo que altera el estado previsto de las cosas y que yo pretendo entender, remediar. Así que sigo estudiando la bolsa y la manera de abrirla, y sigo dejándome los nervios y la yema de los dedos en un objetivo absurdo e imposible. ¿Qué tal aceptar que hay cosas que escapan a mi control y que no dependen de mí? ¿Qué tal si por una vez pienso que si la puñetera bolsa no se abre, no es porque yo lo esté haciendo mal, porque yo no sepa cómo abrirla, sino por cualquiera de los millones de motivos por los que una bolsa no puede ser abierta, motivos, todos ellos, ajenos a mi persona y que no está en mi mano conocer, ni mucho menos remediar?

Así que he decidido canalizar y centrarme en lo que sí es importante, en aquellas batallas que sí merecen ser libradas, en aquellas en las que los beneficios al conseguir el objetivo sí merezcan la energía y el esfuerzo dedicado.
Y le digo adiós a las bolsas pegadas. Sobre todo porque hay millones abiertas.

miércoles, 31 de agosto de 2011

Un adiós a la francesa


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A)


N. lleva algo menos de un año saliendo con X. Se llaman y se ven a diario. Los fines de semana los pasan juntos, en casa de N. o en casa de X.
N. se siente cómoda con X. No es un amor de fuegos artificiales. Ni de mariposas, ni de extremos. Es un amor de domingo y de sofá. De pijama y calcetines gordos, de pipas. Un amor equilibrado, sin sobresaltos, sin altibajos, sin subidas, sin bajadas, sin vuelcos de estómago. Un amor amortiguado que ofrece continuidad, estabilidad, seguridad, permanencia, paz.
Mientras N. se fuma un cigarro, me explica que ella no busca intensidad en las relaciones. No a estas alturas del partido.
A mí me sorprende tan poca pasión en una pareja tan reciente.

B)

Un buen día, o más bien malo, N. llama a X. y él no le responde.
Dos horas más tarde vuelve a probar con igual resultado. Insiste y le deja un mensaje en el buzón. Un mensaje al que X. no responde.
Esa noche N. no pega ojo. Da mil vueltas en la cama planteándose diferentes escenarios, a cual peor. A primera hora de la mañana le vuelve a llamar. Varias veces. Varios mensajes. Nada. Le escribe un email: sólo dime si estás bien, le implora.
A las pocas horas le consta que está bien gracias a una red social. Me gusta, dice X. a una foto de un perrito.
N. no entiende el comportamiento de X. Puede aceptar y entender y asumir y acatar cualquier decisión, pero quiere, merece, necesita, exige una explicación, un cierre, una despedida, un funeral, un entierro, un duelo.
No soporta la incertidumbre.

C)

A partir de ese momento los errores de N. se suceden y multiplican. Vuelve a llamar mil veces más. En los largos mensajes que le deja en su buzón se rebaja, se humilla. Su tono de voz es a veces implorante, a veces agresivo. Le insulta, le monta escenas telefónicas que está segura él no escuchará. Llora. Maldice. Le espía. Espera horas camuflada en las esquinas. Sufre vuelcos de estómago cada vez que lo ve. Taquicardias, subidas, bajadas. Creo que hay una tercera persona, me dice entrecerrando un ojo. Deja de comer. No habla de otra cosa que de X. Le insulta hasta no poder más. Después dice que le quiere, que le desea, que se muere por él, que nunca había sentido algo igual.
A mí me sorprende tanta pasión a estas alturas del partido.
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martes, 3 de mayo de 2011

Invocaciones

I

En ocasiones veo muertos. Qué va, es mentira. Lo que sí es verdad es que de vez en cuando me suceden ciertos fenómenos igualmente poco explicables. Como ejemplo, algo reciente. Se trata de una persona a la que no veo desde hace veinte años. No exagero. Veinte. Un día, encuentro un CD con canciones de los Héroes del silencio. Lo pongo. Son canciones antiguas, muy antiguas. Suena Agosto. Flor venenosa. Me recuerda a esa persona. Es un flash, una relación de ideas rápida, fugaz. No es siquiera un pensamiento completo o un recuerdo concreto. Esa persona se me cruza por la mente. Y esa misma tarde, mediante un método absolutamente sorprendente, (me encantan los blogs), esa persona se pone en contacto conmigo. Sin saber que soy yo, la misma adolescente delgaducha que observaba detrás de las puertas. Ahora, eso sí, completamente desarrollada.

II

Estoy segura de que le sucede en mayor o menor medida a todo el mundo. Soñar con alguien a quien hace tiempo que no ves, y encontrártelo ese mismo día. Pensar en alguien y recibir un email de ese alguien en ese mismo momento. Decir iba a llamarte ahora, y que sea verdad. Todas aquellas veces que jamás podrán demostrarse, en que dos personas coinciden pensando juntas en lo mismo. No puedo evitar ponerme metafísica y pensar que de algún modo estamos todos conectados. Como en una inmensa red. Que nuestra energía, la que generan nuestros pensamientos, es capaz de llegar de algún modo a las personas a las que invocamos, como por ondas magnéticas. Que existe un efecto llamada y un efecto respuesta.

III

De ser así, ¿quién invoca a quién?, ¿quién toma la iniciativa?. No es que tenga mayor importancia quién da el primer paso, pero me encanta la idea de que mi pensamiento tenga la capacidad suficiente, la potencia necesaria como para provocar una reacción en otra persona. Una especie de llamada mental inconsciente que diga eh, estoy cerca, mi energía está cerca, piensa en mí. Encuéntrame.
Es posible que como siempre me esté complicando. Tal vez existe una explicación más simple. Una inmensamente más triste y aburrida, vale, pero también menos esotérica: casualidades de la vida.

martes, 12 de abril de 2011

Bridge

Hace ya un tiempo, tal vez un par de años, escribí un post sobre palabras que me parecían horribles. Hoy se me había ocurrido escribir otro sobre palabras que me gustan. Pero después de reflexionar largamente, he llegado a la conclusión de que no soy objetiva. Las palabras que me gustan lo hacen por lo que me recuerdan o evocan, pero no por cómo suenan. Y lo peor es que existe una frontera muy difusa entre lo que me gusta y lo que me repele. Es curioso cómo una misma cosa me puede llegar a gustar precisamente por la rabia que me da. En fin, contradicciones aparte, como no encontraba muchas palabras que me gustaran auténticamente porque si, por su fascinante sonoridad, he pensando en hablaros de la palabra Bridge.

Sí, Bridge, en efecto, la palabra inglesa. Os explico. La palabra Bridge te sale de la boca de un solo golpe seco. Decirla es liberadora, te desahoga, te vacía la boca, te remueve y te limpia por dentro. Que una palabra con tanto potencial como Bridge signifique algo tan neutro, tan absurdo, tan inadecuado como puente, es decepcionante. Alguno dirá que la palabra bitch se le parece, y que puede llegar a desahogar lo mismo. Nada que ver, amigos. ¡Nada que ver! “Son of a bitch” no tiene ni la mitad de potencia, ni queda ni la mitad de bien de lo que podría quedar “Son of a bridge”.

Sí, ya sé que es fácil que no tengáis una opinión demasiado formada al respecto. Pero me atrevo a sugerir que nunca es tarde para la reflexión.

lunes, 4 de abril de 2011

Larga vida a los blogs

No, no, no… mis blogs no están muertos. Que están tocados, vale, lo admito. Que los he descuidado, vale, lo admito. Que mi inconstancia como era previsible ha hecho mella por fin, y hace tiempo, vale, lo admito. Pero que estos blogs estén muertos, eso no. Todavía no. Voy a revitalizarlos. Voy a volver a publicar. A post por semana. Vale, cada dos, hay que ser realistas. Y voy a comentar en vuestros blogs, porque leeros ya lo hago. Y voy incluso a cambiarle el diseño y los colores a este azulón anodino que tan poco me gusta. Y si voy a hacerlo, amigos, si voy a hacerlo, es tan sólo por una cosa: porque los blogs molan. Y sobre todo porque las personas que se conocen mediante los blogs, molan. Y porque recibir vuestros comentarios es una pequeña alegría, un estímulo que, en definitiva, me hace la vida un poquito más feliz. Y porque lo echo de menos. Porque os echo de menos.
Larga vida a los blogs.

jueves, 3 de febrero de 2011

Píxel

A veces me siento como un pequeño píxel dentro de la inmensa pantalla de la vida. Un píxel que forma parte de algo, de una proyección que tal vez tiene sentido en su globalidad, observada desde fuera y con una perspectiva que soy incapaz de comprender. Yo, un píxel pequeño y miserable, miro a mi entorno y brillo como todos los píxeles cuando toca brillar. Me coloreo como todos los píxeles cuando llega el momento. Me oscurezco como todos los píxeles cuando es necesario. Y no vale la pena cuestionarse ni el por qué ni quién lo ha decidido, ni con qué fin, ni si existe realmente un fin. O mejor, sí vale, pero es inútil. ¿Qué sucede cuando un píxel se apaga definitivamente? Nada, no cambia nada. Tal vez sí afecte a sus píxeles colindantes, pero en modo alguno a la globalidad. Y tal vez nada cambia porque todo es casual. Tal vez nada tiene sentido ni siquiera en su globalidad, tal vez ni siquiera existe ese algo capaz de comprender el todo, tal vez, y lo más jodido del caso es que es lo que realmente sospecho, tal vez es que no hay nada que comprender. Destino, casualidad, causalidad, vida y muerte. ¿Libertad?

Hoy me siento como un pequeño píxel dentro de una pantalla gigante.