lunes, 19 de abril de 2010

Calcetines



Mi actitud hacia los calcetines sorprende a casi todo aquel que la conoce. Y yo no sé qué tiene de extraña, me juego el cuello a que existen en este mundo cientos (qué digo cientos, seguro que miles) de personas con mi misma costumbre. Es más, a mí me parecéis raros todos los demás, ala, ya lo he dicho.
Vale, me voy a explicar antes de proseguir. El tema es que si tengo que utilizar calcetines que no sean de media, utilizo casi siempre (por no decir siempre) calcetines desemparejados. Y además de desemparejados, de diferentes colores. Mi pie derecho va de gris, y el izquierdo de negro. O uno de fucsia y el otro de blanco, o uno de azul marino y el otro de verde claro. ¿Quién fue el listo que dijo que los dos pies tienen que ir iguales? ¿Por qué?

Como en todo, éste hábito mío tiene su origen. Y este origen, como ya habréis supuesto los más espabilados, se trata de la mala costumbre que tienen todas las lavadoras de comerse a los calcetines. ¿Dónde van a parar? ¿Será que el motor de la máquina se alimenta de nylon? ¿O que lejos de lo que podemos sospechar, son los propios calcetines los que deciden escapar? Quizás entre tanta vuelta y tanto centrifugado, un calcetín gris conoce a un calcetín fucsia, coinciden en varias coladas, se miran, se gustan y deciden huir juntos. Nos encontramos en el tambor el próximo sábado, cariño. Hay que entender que los calcetines pasan mucho tiempo emparejados, y es necesario que lo estén con quienes realmente deseen. O tal vez nos encontramos ante calcetines independientes, que no nacieron para ser calcetines. Yo es que nací con alma de bufanda, diría un calcetín blanco. Y huiría en busca de su destino. Algo, estaréis conmigo, completamente lícito.

En todo caso, lo que hacen o dejan de hacer los calcetines desaparecidos, y cuál es su fin, ese es un misterio que no me propongo yo resolver aquí. Lo que sí quisiera explicar de una vez por todas, es por qué un día decidí que usar un calcetín verde y otro lila era algo de lo más natural. Como he dicho antes, (y si no lo digo ahora), no es por rareza ni excentricidad. Es tan solo por una cuestión de practicidad. Para qué relegar a un calcetín solitario a un cajón a la espera de que su compañero decida volver, si se puede emparejar con otro que también haya perdido a su pareja, y juntos pueden cumplir perfectamente con su función en la vida. Y una vez puestos a emparejar desemparejados, ¿por qué no desemparejarlos directamente a todos, y así no tener que volver a marearme nunca más buscando parejas o pensando en si sobran o faltan calcetines?. Si sobra alguno, sólo hay que esperar un par de coladas más hasta que sobre otro. Ya está. Así de simple. Y desde que lo probé, mi vida es un poco mejor. Aunque es cierto que se trata de un hábito de rebelión privada (los llevo con botas y no se ven), no tengo ningún problema en descalzarme en las zapaterías y mostrar mis pies bicolor. No me avergüenzo en los vestuarios del gimnasio, ni cuando me quito los zapatos de manera improvisada en cualquier momento. La vida es infinitamente más alegre cuando uno lleva los calcetines de diferentes colores. Ese infringir las normas, ese decir, pues yo me pongo los calcetines así por que me da la gana, qué pasa, a mí me da un plus en la vida. Un pequeño plus, no vayamos a exagerar, pero es un plus al fin y al cabo. Y yo, a los pluses en la vida, por absurdos y pequeños que puedan parecer, no los desprecio a ninguno.
Si alguien se decide a probarlo que me cuente.