lunes, 3 de octubre de 2011

Bolsas


Es cierto. Nadie debería perder ni un minuto de su vida en intentar abrir una bolsa que se resiste a ser abierta. Hablo de una de esas bolsas de supermercado que vienen casi siempre pegadas y que hay que friccionar con los dedos para que se abran. Puede que la dichosa bolsa venga defectuosa de fábrica, o puede que, tal vez, aún pudiendo, no le de la gana de abrirse. Así de sencillo. Perder más de un minuto en intentarlo es gastar una energía y un tiempo que el asunto en cuestión no merece.

Se trata de saber escoger qué batallas librar, dijo mi amigo Morel. Y de repente, con esa frase aparentemente sencilla, se me encendió la luz.

Tal vez no soy capaz de escoger bien qué batallas librar. Tal vez no soy capaz de aceptar una realidad distinta a la que mi mente ha registrado. Las bolsas se abren, tienen que abrirse, y dentro se les introduce los alimentos y la pasta de dientes, es así como funciona. Una bolsa cerrada se transforma entonces en un reto, en algo personal, en algo que altera el estado previsto de las cosas y que yo pretendo entender, remediar. Así que sigo estudiando la bolsa y la manera de abrirla, y sigo dejándome los nervios y la yema de los dedos en un objetivo absurdo e imposible. ¿Qué tal aceptar que hay cosas que escapan a mi control y que no dependen de mí? ¿Qué tal si por una vez pienso que si la puñetera bolsa no se abre, no es porque yo lo esté haciendo mal, porque yo no sepa cómo abrirla, sino por cualquiera de los millones de motivos por los que una bolsa no puede ser abierta, motivos, todos ellos, ajenos a mi persona y que no está en mi mano conocer, ni mucho menos remediar?

Así que he decidido canalizar y centrarme en lo que sí es importante, en aquellas batallas que sí merecen ser libradas, en aquellas en las que los beneficios al conseguir el objetivo sí merezcan la energía y el esfuerzo dedicado.
Y le digo adiós a las bolsas pegadas. Sobre todo porque hay millones abiertas.