miércoles, 24 de marzo de 2010

32


Lo primero que he pensado es que debía cambiarle el nombre a este blog. Ya no está tan reciente la cosa. Dos años parece un tiempo prudencial, amplio, a todas luces suficiente, un tiempo que debería garantizar una adaptación plena, una aclimatación adecuada a la década que se menciona. Bien, dicho esto, concretar que no para mí. Yo en dos años ni me he aclimatado a la treintena, ni me he adaptado, ni ganas que tengo de hacerlo. No me apetece en absoluto acometer las nuevas responsabilidades asociadas a esta década. Habrá quién opine que es necesario avanzar en la vida, que es incluso interesante. Bien, respetable, pero yo opino que lo de avanzar está sobrevalorado. Preferiría mantenerme. Mantenimiento, esa es la palabra. Quedarme como estoy durante mucho, mucho tiempo. Avanzar, de acuerdo, pero despacio. Que un año cunda lo que tiene que cundir, que no pase de largo dejándome despeinada, y con la sensación de ¿ya?. Tampoco estoy pidiendo la luna, ¿no?
Últimamente vivo en una terrible paradoja: quisiera estirar el tiempo para poder hacer más cosas, y sé que la única forma posible de estirar el tiempo, es dejar de hacerlas.

Toda esta digresión viene a cuento porque hoy es mi cumpleaños. Me encantaría ser de esa clase de personas (si es que existen), que llevan estupendamente el hecho de cumplir años. A mí me sienta fatal pasar de un día para otro a tener un año más. Hace exactamente un año y un día, tenía 30, y ahora tengo 32. Pues me sienta mal, que queréis que os diga, me sienta mal.
Ahora vendría el consuelo de la gente mayor que yo, tipo: “quien los pillara, si eres una cría” y de la gente menor que yo, tipo: “pues no los aparentas”. Y ambas versiones de consuelo me hacen mucho bien. Así que no os cortéis, por favor, adelante, adelante...
Y en cuanto al título del blog, de momento se queda como está. Aún puedo estirar lo de la treintañera reciente por lo menos un año más. A fin de cuentas, sigo estando más cerca de los 30 que de los 35.