Me gusta escuchar. Me encanta que me cuenten historias, de cualquier tipo. Y como me gusta tanto escuchar, suelo toparme con gente a la que le gusta mucho hablar. De años y años de experiencia como escuchadora he creado una pequeña y particular clasificación de tipos de contadores de historias:
Los desorientados: Son los que empiezan a contarte una historia, en principio interesante y de pronto se van por las ramas. Siguen yéndose, más, y más lejos, y tienes que estar devolviéndoles continuamente al hilo argumental para que te terminen de contar la historia que iniciaron. Si fuera por ellos, jamás la retomarían.
Los rectos: Justo a la inversa. Se trata de esas personas que empiezan a contarte algo que no te interesa y de pronto, de manera casual, aparece algún detalle que sí te llama la atención. Intentas tirar del hilo y sonsacar información sobre ese nuevo tema, pero la persona no está dispuesta en ningún caso a interrumpir o abandonar su historia, así que responde sin ningún entusiasmo a tus preguntas y vuelve a lo suyo, que sigue sin interesarte.
Los repetitivos: Te cuentan una misma idea, una vez y otra y otra vez. Cambian un poco las palabras y los enfoques, pero la idea principal sigue siendo siempre la misma, repetida y repetida y repetida. Y la pillaste a la primera.
Los martillos: Te machacan, acribillan, taladran y consumen toda tu energía en un discurso inagotable, en una verborrea desbocada y asfixiante. Cuando de forma absolutamente anómala formulan alguna pregunta se responden a sí mismos. Lo único sensato que puede desearse si se trabaja cerca de algún martillo es que se vaya pronto, muy pronto, a tomar por saco.
Los imprecisos: Son aquellos que han oído una historia, la han transformado a su manera y no se han hecho grandes preguntas, así que no saben responder a las tuyas. Es probable que la historia sea cierta, (cosa que por otra parte para mí es lo de menos), pero no lo parece. Dentro de este grupo podríamos incluir a los desmemoriados, incapaces de dar datos concretos que documenten o justifiquen su historia.
Los exagerados: Cogen una pequeña anécdota y la multiplican por mil. La aderezan con cientos de detalles morbosos, generalmente inventados o imposibles. Nadie termina de creerse nunca nada de lo que cuentan, pero qué más da, son muy divertidos.
Los pedantes: Saben más que cualquiera sobre cualquier historia. Si están escuchando una, ya la han oído antes y mejor, e interrumpen constantemente para aportar detalles históricos o técnicos que la completen. Éste grupo espera del escuchador grandes dosis de admiración y reverencia.
Los carismáticos: Uno entre un millón. Da igual que hable de política, del cambio climático o de la cría de osos panda. Saben de todo sin caer en la pedantería. Son capaces de transformar una historia soporífera en algo emocionante. Nunca se le acaban las historias, son divertidos y grandes conversadores. Dejan que el escuchador participe y responde a todas sus preguntas con interés y satisfactoriamente. Da igual lo guapos o lo feos que sean porque te van a enamorar, no hay escapatoria. Me he encontrado con dos en toda mi vida.
Y esta es mi clasificación. Si yo tuviera que clasificarme a mí misma, creo que me consideraría una mezcla entre imprecisa desmemoriada y exagerada.
Por otra parte, tengo que admitir que aunque me guste mucho escuchar, muchas veces me conecto el piloto automático y me puedo pasar horas con ajás, sí, mmm, ¿en serio? y pensando en mis cosas. Lo mejor es que los habladores de verdad, aquellos de los que te desconectas, casi nunca se dan cuenta, y es que si hay algo que también tengo muy claro, es que la mayoría de las personas que hablan tanto lo hacen sencillamente porque les encanta oírse.